Para quienes nos apasionamos por el idioma (lengua, en el argot lingüista) siempre es importante observar los diferentes fenómenos que los hablantes producen en múltiples ámbitos. A los lingüistas nos cuelgan un letrero de autoridad para decir lo que es “correcto” o “incorrecto” dentro del idioma, pero el verdadero trabajo del lingüista dista mucho de esta visión.
Me solicitaron, de manera particular y como especialista en el Español, despejar la gran duda que encierra al género de las rondallas, un dilema que se transformó en un tema controvertido y que, desde el punto de vista lingüístico, vamos a tratar de desentrañar. Escribo esto no con la intención de decir si alguien está en lo correcto o incorrecto, sino para despejar la duda sobre el uso de los términos “rondallero” y “rondallista”.
Pongamos manos a la obra.
Dicen las sagradas escrituras que “En principio existía la Palabra (…) Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”. Sin tomar el sentido religioso y la bella metáfora que contiene esta cita, la palabra es muy importante para nosotros, sin ella no podemos comunicarnos tan eficientemente, es una de las herramientas más utilizadas y menos cuidadas que tenemos los seres humanos.
El español es una de las 7000 lenguas que se hablan alrededor del mundo. Una de las características más representativas es la formación de palabras, debido a sus procedimientos para generar nuevos términos a partir de otros ya existentes, uno de ellos es el que se hace mediante el uso de los afijos. Ya sé, estoy hablando en un idioma extraño, pero pensemos en el siguiente ejemplo: todos conocemos la palabra AMOR, imaginemos cuántas palabras podríamos formar con ésta (que, morfológicamente llamamos raíz o lexema). Yo puedo enlistar:
AMOROSO
AMORES
AMORÍO
AMORCITO y muchos más.
A este procedimiento se le conoce como DERIVACIÓN, es decir, que a partir de una palabra, y gracias al uso de terminaciones específicas llamadas sufijos, podemos crear otras palabras que no distan del significado principal pero que tienen un matiz distinto. Esos sufijos nos indican ciertos cambios, por ejemplo: –oso alude a una característica; –es nos muestra el plural, es decir varios elementos del mismo tipo; –ío nos muestra algo relacionado con el amor y –cito nos indica un diminutivo. Este proceso de formación de palabras es el más productivo en nuestra lengua debido al gran número de sufijos que tiene el español, además de adaptarse a todo tipo de lenguaje.
Dentro de esta categoría se encuentran nuestros protagonistas: –ero e –ista. Estamos ante dos sufijos que ayudan a formar palabras referidas a oficios y ocupaciones. Y no crean que es un asunto pequeño, hay varias investigaciones sobre el uso específico de estos sufijos, incluyendo al primo –dor.
Ricardo Maldonado, en una publicación llamada “Sobre perfiles y bases en sufijos agentivos(link is external)” hace una comparación de uso de tres sufijos –dor, –ista y –ero y en él explica el origen y uso de cada uno de ellos y que tengo a bien resumir de forma sencilla.
El origen de –ista es griego, proviene de un marcador de agente (es decir, el sujeto que desempeña una función) –tes que se aplicaba de manera muy particular a instrumentos musicales, específicamente a kithára (guitarra). Después de varios cambios que son muy específicos, se generalizó el uso del sufijo no sólo a instrumentos musicales, sino a otros objetos como el telégrafo y después a otros oficios especializados y de prestigio.
Respecto a todos los significados que engloba el sufijo –ista (o red semántica), el principal se refiere a la profesión u oficio, como observamos en lingüista, paracaidista, guitarrista. El significado por extensión es de profesión que no está asociada a un objeto, por ejemplo concertista, especialista. El tercero es de tendencia o relación, sobre todo en el ámbito político y/o religioso: socialista, budista. Y el último se refiere a cualidad o actitud: optimista, arribista.
Por su parte, –ero/a proviene del latín –aris, del cual también se origina –ario/a. Igual que –ista, es un sufijo que se utiliza para nombrar a sujetos que cumplen una función. Su red semántica tiene ligeros matices, si bien, –ero se utiliza para nombrar profesiones, su mayor uso se da en los oficios. El significado y uso de este sufijo se extiende a multitud como en palabrero, ruidajero, también el de locación/recipiente como llavero o monedero. Otro de los significados que puede agregar es el de aficionado, como una extensión de los oficios: rockero o besibolero. Y por último puede agregar una cualidad o tendencia: amiguero o mitotero. Si prestamos atención, –ero tiene mayor flexibilidad de uso que otros sufijos con un significado parecido.
Como podemos observar, las diferencias son mínimas pero el uso podría ser muy específico en algunos casos y denotar algunos matices interesantes. Para iniciar, –ista puede formar palabras referidas a profesiones u oficios que tienen un alto valor social, debido a su origen, por ejemplo todos los que se refieren a personas que tocan algún instrumento o que practican algún deporte: flautista, futbolista. En contraste, –ero se adapta mejor a otras variantes que no son tan especializadas y que pueden extenderse, no sólo a una especificación musical sino a varios ámbitos, incluidos aquellos con un valor social menor (sin menospreciar a ningún oficio o profesión): ingeniero, bombero, zapatero.
Después de esta primera comparación, el uso de rondallista y rondallero seguiría en discusión, ya que podríamos decir que se adapta en ambos casos, incluso algunos opinarían que, para darle el valor social que debería tener el movimiento, podríamos dejar rondallista. Pero esto aún no termina.
La segunda comparación que advertimos es la de tendencia o relación de –ista frente a la de aficionado de –ero. Y aquí viene el caso más interesante en la polémica: Si de alguna forma, el movimiento de rondallas es parte musical, debemos pensar a qué nos referimos cuando decimos “movimiento rondallista/rondallero”, si sólo a las personas que participan en una rondalla y los expertos en éstas o si también queremos admitir a aquellos que disfrutan de este género sin participar abiertamente en él.
Cabe recalcar una comparación que no había notado hasta que estuve investigando sobre estos sufijos. El ejemplo es sencillo y conocido por todos, un par de palabras que representa un matiz de significado que, por analogía, podríamos aplicar a esta disputa: Futbolista – Futbolero. Ambas palabras existen pero con significados diferentes, mientras el primero es aquel personaje que practica el futbol, sobre todo de manera profesional, el segundo es aquel a quien le gusta el deporte, incluso, futbolero podríamos servirnos como un atributo: el programa futbolero. Lo mismo puede ocurrir con rondallista/rondallero, mientras uno es el que ejecuta su música en un escenario, el otro es a quien le agrada escuchar a las rondallas.
En conclusión, ninguno de los términos está incorrecto. Las lenguas sufren cambios a lo largo del tiempo y, por ende, la preferencia en el uso determinará la norma. Lo que sí puedo apuntar es que, por etimología y significado, rondallero es una palabra que engloba a todas las personas que gustan de las rondallas, ya sean especialistas o sólo aficionados, además de tener una función adjetiva muy clara, por consiguiente, mucho más productividad lingüística. Tal vez, los rondallistas podrían ser aquellos que tocan en rondallas, sin dejar de lado que ya tienen una profesión: guitarrista, bajista, versista, requintista.
Lo único claro en este caso es que usted, amable lector, puede elegir la palabra de su preferencia tomando en cuenta estos pequeños matices que se le han presentado, porque, como solemos citar los lingüistas: el uso hace la norma pero, podríamos completar, si nosotros usamos el lenguaje, usémoslo para comprendernos adecuadamente.
Entonces debe decirse marichiste y mariachero? o Bandista y bandero, a caso?